Nos depertamos, desayunamos y el conductor que nos llevará al valle de los ingenios ya nos está esperando. Nos ponemos en marcha hacia el primer punto del recorrido: el Mirador de la Loma del Puerto, a 6km de Trinidad. A 192m de altura, las vistas del valle son preciosas y aunque hemos dormido bien, Luar no puede resistirse y cae dormido con su padre.
Naiara, mientras padre e hijo disfrutan de la compañía mutua, se aventura en el canopy (tirolinas) al que nunca se puede resistir.
Desde allí vamos a San Isisdro de los Destiladeros, donde tras varias excavaciones, se pueden visitar los restos del que fuera un ingenio azucarero de la época preindustrial, con un guía fantástico que sabe muchísimo de historia y de "mecánica" azucarera.
Además de informarnos sobre el funcionamiento de la maquinaria, también nos ilustra con las más terribles historias de esclavos y de sus condiciones de vida. Tras el cese de la producción en 1890, la hacienda, el campanario (desde donde controlaban a los esclavos), las estancias y varias cisternas se vinieron abajo, aunque gracias a la restauración parcial uno se puede hacer a la idea de cómo debió de ser el lugar. Y si ya son bonitos los edificios... ¡el entorno ni os cuento!
Finalmente, el conductor nos lleva hasta Manaca Iznaga, donde subimos a su torre de 44m para observar todo el valle y la hacienda contigua (enorme y preciosa). Las vistas quitan el aliento.
Una vez abajo, atravesamos la finca para admirar la enorme prensa de azúcar que está en la parte de atrás. Todo el recinto se de película y nos hace recordar aquellos filmes clásicos donde tan bonita pintan la vida de los grandes hacendados rodeados de esclavos que además les sonríen mientras les sirven la taza de café...
De vuelta en Trinidad, comemos en un sitio chulo (muy occidental) y merodeamos por la ciudad.
Además, Luar puede jugar con otros niños en una dinámica que se repite siempre: llegamos a la plaza y nos miran todos; sacamos la bolsa de los cochecitos y todos se acercan a observar; les ofrecemos un coche y de repente no queda ni uno para Luar; se les pasa un poco la euforia y con un poco de intervención nuestra y muchos gritos de sus familiares, comparten y disfrutan entre todos. Es precioso verlos. En un rato, ¡sobran todos los adultos!
Cenamos y nos despedimos de la Esquina del Sabor antes de irnos para casa.
Ondoloin!





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