Desayunamos y nos ponemos en marcha. Hacemos una tremenda cola para cambiar dinero (donde disfrutamos charlando con la gente que también espera) y vamos al Parque José Martí para visitar lo que nos queda pendiente: la catedral y el Teatro Terry.
La catedral no nos dice mucho y además está llena de andamios y escombros, así que no le dedicamos más de 2 minutos. Pero el teatro es otra cosa... Abierto en 1889, conserva ese halo de vieja gloria, ese olor a romanticismo que desprenden los lugares que han sido vividos. Aquí han actuado muchos bailarines, tenores y actores y en las paredes podemos ver antiguos carteles y recortes de periódico que recuerdan grandes momentos pasados.
Actualmente está en restauración, pero ni siquiera eso le resta encanto: las butacas originales de madera, el telón, las pinturas doradas... es precioso.
Al salir, vamos al Muelle Real a coger el ferry al Castillo de Jagua, pero nos indican que hasta la 13:00 no hay ninguno (¡y son las 10!) y en ese momento empieza la odisea para llegar allí. Primero un señor (brigadista) se presta a llevarnos hasta Pasacaballo en el coche que le recogerá a él; una vez allí, deberemos coger un ferry hasta el castillo. Después de unos 20 minutos esperando a que alguien venga, decidimos buscar un taxi que nos acerque (el brigadista nos dice que debería cobrarnos unos 5CUC) y más gente para compartirlo. Junto con dos alemanas, nos cuesta Dios y ayuda encontrar un taxi (y eso que generalmente nos pasamos el día rechazando sus ofertas), pero nos lleva por 6CUC en total¡!
Una vez en el embarcadero, cerramos con el taxista el traslado de mañana a la terminal y esperamos al bote, que llega rápidamente y nos lleva hasta la otra orilla.
El Castillo de Jagua está restaurado y el resultado es admirable. El precio de la entrada ha subido bastante y cuando lo comentamos a las señoras de la entrada, nos ofrecen una guía gratuita, así que visitamos todas las salas con información de la buena.
Terminado en 1745, fue levantado por España para proteger la ciudad de los piratas y de los ingleses, y las piedras para su construcción fueros extraídas de las canteras que por aquel entonces había a los mismos pies del castillo. Visitamos el aljibe, la sala de mando y subimos por la escalera de caracol hasta el lugar donde se puso la campana (se mantiene la original). Las vistas de la bahía son preciosas.
Al salir, vamos a comer langosta a El Pescador, un restaurante que su camarera nos ha vendido muy bien y no sin razón. Las vistas desde la terraza y su sombra y brisa nos conquistan. Luar no dura mucho despierto, así que nos turnamos para rechupetear langosta mientras charlamos sobre los sinsabores del viaje con una pareja de Pasaia.
De vuelta en el barco, el camino hasta Cienfuegos se hace largo (45min) y caluroso, y cuando por fin llegamos, tomamos un bicitaxi hasta Punta Gorda. Esta es la zona más lujosa de la ciudad, donde abundan las mansiones y los palacetes.
Paseamos sin prisa y volvemos hacia la casa viendo el atardecer...¡qué espectáculo!
Nos pegamos un bañito en la pequeña piscina de la casa y cenamos allí mismo...¡más langosta!
Ondoloin!








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