Es nuestro último día en Jogya y decidimos ir a visitar el Kraton (el Palacio del Sultán), pero no sabemos lo que nos vamos a encontrar... De camino volvemos a pasar por los infinitos puestos de batik, ropa y demás cacharros y como no os lo habíamos mostrado, ahí van algunas imágenes de su mayor obsesión: las camisetas.
El Palacio del Sultán parece más un almacén de recuerdos desordenados, llenos de polvo y sin un solo letrero en inglés. A medida que avanzamos, la cosa empeora y no dejamos de preguntarnos por qué es el símbolo de la ciudad, así que después de ver unos minutos el teatro de marionetas (en el que un hombre cuenta la historia en bahasi, sin que las marionetas se muevan), nos volvemos al hotel a recoger todo.
Lo que viene después es otra odisea, pues nos decidimos a coger el autobús público para llegar al aeropuerto. Nos pasamos unos 40 minutos en la parada del bus como sardinas en lata y cuando por fin llega el nuestro, nos volvemos a enlatar en el bus. Las imágenes hablan por sí solas.
Contra todo pronóstico, llegamos a tiempo y nos toca esperar un rato a que llegue nuestro avión. Es un aeropuerto pequeño (cuatro puertas = cuatro aviones) pero está bien organizado.
El punto divertido viene cuando vamos andando por la pista hasta nuestro avión, mientras nos observan sonriendo todos los operarios.
Ya en Jakarta y decidios a dormir en el aeropuerto y ahorrarnos el hotel, comprobamos que igual no ha sido buena idea apurar el efectivo, ya ya que no podemos pagar la cena con tarjeta y todavía nos quedan las tasas de salida y los gastos de mañana (tranquilos, hay cajeros en todas partes!).
Pasamos el control de seguridad y buscamos un sitio para pasar la noche. Qué casualidad... nos ponen el Madrid-Barça (para gran alegría de Roberto) en la tele del pasillo. Naiara se duerme. La noche, aunque con la megafonía a tope y con personal de mantenimiento soldando justo detrás de nosotros (sin protección para los ojos, claro), transcurre bien y dormimos bastante.
La noche de mañana será en Sri Lanka.
El Palacio del Sultán parece más un almacén de recuerdos desordenados, llenos de polvo y sin un solo letrero en inglés. A medida que avanzamos, la cosa empeora y no dejamos de preguntarnos por qué es el símbolo de la ciudad, así que después de ver unos minutos el teatro de marionetas (en el que un hombre cuenta la historia en bahasi, sin que las marionetas se muevan), nos volvemos al hotel a recoger todo.
Lo que viene después es otra odisea, pues nos decidimos a coger el autobús público para llegar al aeropuerto. Nos pasamos unos 40 minutos en la parada del bus como sardinas en lata y cuando por fin llega el nuestro, nos volvemos a enlatar en el bus. Las imágenes hablan por sí solas.
El punto divertido viene cuando vamos andando por la pista hasta nuestro avión, mientras nos observan sonriendo todos los operarios.
Ya en Jakarta y decidios a dormir en el aeropuerto y ahorrarnos el hotel, comprobamos que igual no ha sido buena idea apurar el efectivo, ya ya que no podemos pagar la cena con tarjeta y todavía nos quedan las tasas de salida y los gastos de mañana (tranquilos, hay cajeros en todas partes!).
Pasamos el control de seguridad y buscamos un sitio para pasar la noche. Qué casualidad... nos ponen el Madrid-Barça (para gran alegría de Roberto) en la tele del pasillo. Naiara se duerme. La noche, aunque con la megafonía a tope y con personal de mantenimiento soldando justo detrás de nosotros (sin protección para los ojos, claro), transcurre bien y dormimos bastante.
La noche de mañana será en Sri Lanka.
Doloin!
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