Nos despertamos y viendo el cielo bastante despejado, decidimos que es un gran momento para subir en el teleférico hacia el volcán Rucu Pichincha. Pero antes, nos metemos un gran desaayuno entre pecho y espalda: zumo de naranjillo, café con leche, un bollo con queso y dos huevos fritos cada uno!
Cogemos un taxi que nos lleva hasta la entrada del teleférico y allá que vamos.
El trayecto hacia arriba lo hacemos con Antonio, un zaragozano residente en Chile y que va con una pareja australiana y un guía simpatiquísimo. Las vistas son espectaculares ya durante la subida, pero una vez arriba a 4100 m de altura, dejan sin aliento. Quito está ahora a nuestros pies y se ve gigante.
Damos un paseo con ellos y el guía, encantador, nos va dando detalles de las rutas que se podrían hacer por allí si estuviéramos en otra época, ya que ahora baja la niebla rápidamente y podríamos perdernos. Este gavilán en cambio, volaba a sus anchas y se acercaba, probablemente demasiado, a las personas.
A pesar de que el día está precioso, vemos que la niebla va bajando, por lo que decidimos no ascender demasiado. El paisaje es increíble y el silencio invita a echarse a contemplar tanta belleza.
Cuando decidimos bajar, lo hacemos con una pareja venezolana-peruana, que nos cuentan con crudeza cómo está la situación en Venezuela y que tienen provisto dejar el país para trasladarse a Perú. Aprovechamos para compartir taxi hasta el centro y damos una vuelta hasta el parque El Ejido.
Comemos algo en el mismo parque rodeados de un ambiente festivo y es que es sábado y está lleno de familias y jóvenes disfrutando del sol.
Visitamos el Museo Nacional que recoge una muy buena colección de restos arqueológicos de las diferentes comunidades que habitaron Ecuador desde hace muchos miles de años.
Paseamos un poco más por la ciudad, cenamos el La Ronda y nos retiramos a preparar la salida de mañana.
Ondoloin!
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