jueves, 26 de marzo de 2015

Día 61 (22/03/2015) - Isla del Sol

El amanecer que contempla Naiara desde la cama (Roberto está dormido como un bebé) es indescriptible... Desde nuestra habitación se ven las azules aguas del Lago Titicaca, la Isla de la Luna y detrás de todo esto, la costa boliviana. Imaginaos todo eso bañado de una luz rosada, púrpura, anaranjada y finalmente amarilla... 

Con la emoción en el cuerpo, duchita y salimos a explorar la isla. Tras desayunar y coger fuerzas, decidimos emprender la caminata que cruza la isla de sur a norte, donde se encuentran varios puntos arqueológicos. 


El camino de ida es bastante ameno y nos cruzamos con algún lugareño que saluda con alegría. Incluso un par de niños, Alex y Carlos, tratan de vendernos unas piedras de la isla (en un pedregal...). Les damos unas galletas y aceptan sacarse una foto, así funciona todo aquí. 




El paisaje durante todo el camino es espectacular y hay zonas donde podemos ver el lago a los dos lados del camino. 





Al llegar a la zona norte, más de 7 kilómetros después, nos encontramos con toda la gente que no hemos visto antes; se nota que son tours guiados... Aquí se encuentran tres puntos muy importantes de la isla: la roca sagrada, la mesa de ceremonias y las ruinas de Chinkana.


Sobre la roca sagrada, las creencias indígenas nos dicen que, sin duda, el sol nació en este lugar. La roca es sagrada ya que formas y orificios esbozan el rostro del Dios andino Wiracoha. Esto último no lo podemos certificar, pero hay que tener fe.



En cuanto a la mesa ceremonial, se cree que se utilizaba para rituales y sacrificios de animales y humanos.


Finalmente, el complejo de las ruinas de Chikana está construido con paredes de piedra, puertas muy pequeñas y bastantes pasillos que hacen que parezca un laberinto. Las vistas desde allí no tienen desperdicio! 



Retornando por el camino de la costa, las playas y acantilados nos dejan con la boca abierta y, antes de que lo diga alguien, no es Menorca (aunque lo parezca)!



Estar a casi 4000 metros de altura hace más difícil el camino, sobre todo porque se van sumando los kilómetros a las piernas. La recompensa: estos paisajes.





Llegamos al hostal muertos y con una reserva en unos bungalows (nuestro capricho del viaje) increíbles mirando al lago... Sólo salimos para cenar, donde coincidimos con una pareja de argentinos maravillosos. 



De vuelta al hostal, la oscuridad de la isla (apenas hay alguna farola) nos deja ver un cielo cubierto de estrellas. Es tan impresionante que en vez de acostarnos, nos quedamos unos minutos cargando pilas mirando al cielo. Definitivamente, esto es el paraíso.

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